Los judíos nos masoqueamos en Rosh Hashaná (año nuevo) pidiendo perdón por nuestros indudables pecados y fechorías, culminando con un ayuno en el Día del Perdón por si aún el Señor no nos inscribió en el Libro de la Vida, mientras que en Navidad y Año Nuevo los cristianos tiran petardos y organizan festicholas. ¿Tanto lío, si al fin y al cabo celebran el nacimiento y circuncisión de un niño judío?
Sin desmerecer, ni querer reformar, las respectivas liturgias que lograron sostener sus credos durante miles de años, ¿no podríamos crear un promedio para las fiestas, en que los judíos no nos oprimamos tanto -con el consiguiente ahorro en consultas a sicólogos- y los cristianos hagan menos ruido?
Dejo planteada la situación, esperando no tener intimaciones del Inadi, la DAIA o el Papa Francisco.