lunes, 14 de mayo de 2018

Esos extraños conservadores estadounidenses

Cuando Andrei Amalrik publicó en l970 ¿Sobrevivirá la Unión Soviética hasta 1984?, en obvia referencia a Orwell, parecía más que una premonición una exageración. Una dictadura que no duraría lo que el Reich de mil años, pero que se proyectaba sólidamente tras la tiranía de Stalin. Y sucedió que se desintegró entre 1990 y 1991.
Intervinieron muchos factores, pero los principales fueron: Juan Pablo II, primer papa no italiano en más de 450 años, y Ronald Reagan, presidente de los EE.UU., ex actor, ex gobernador de California (Arnold Schwarzenegger, cómo te quedaste), ídolo de los conservadores de su país.
(Casualmente o no, ví hace poco The killers, con Lee Marvin, donde no está claro si Reagan hace de capo mafioso o el fantasma de la ópera.)
Jarra para fanáticos de Reagan
Con su Star Wars (George Lucas agradecido) obligó a los soviéticos a una carrera espacial en la que éstos al fin de cuentas resultaron segundos.
Actualmente un magnate mujeriego y ególatra, el Sr. Donald Trump, es el 45vo. presidente de los EE.UU. Aparte de sus frecuentes metidas de pata, se caracteriza por... cumplir sus promesas electorales. La principal, abandonar el acuerdo con Irán, donde sólo se postergaban sus ambiciones nucleares por un par de años.
Este convenio, reclamado fervorosamente por los países europeos que sólo ven sus negocios, y auspiciado por el entonces presidente Barack Obama, que trataba de justificar su precoz Premio Nobel de la Paz, no fue aprobado por el Senado estadounidense. (¿Sres. ayatolas, les resuena el engendro firmado con la Argentina que no fue nunca aprobado por el Parlamento iraní?)

Oye, Ariel

- ¡Ariel! ¡Ariel!
- ¡Sí, Señor, aquí estoy!
- Decime, ¿ya renunciaste?
- Sí, Señor, ya lo hice.
- ¿Y el resto de la Comisión?
- Están atornillados. Haría falta un milago.
- Ya me voy a ocupar. Pero decime una cosa, Ariel.
- Sí, Señor.
- ¿Le tocaste una teta?

miércoles, 9 de mayo de 2018

Elogio de la cagada

Hoy puede ser un gran día
En que no nos referiremos a la misma en sentido figurado (error, equivocación a.k.a. metida de pata), sino literal.
Y es que momentos estelares de la humanidad se deben a ese simple hecho catabólico. William Shakespeare, estando constipado, no dejaba de pensar en que cagar o no cagar, esa era la cuestión. Luego, temiendo una probable censura, cambió el planteo de dicha disyuntiva.
René Descartes, sentado en el dignísimo trono, exclamó "¡Cago, luego existo!", pero luego lo pensó mejor.
La contribución de la cagada en el ámbito científico no deja de ser fundamental. Isaac Newton, al oir el tradicional ¡plop! de una cagada (propia) exitosa, descubrió la ley de la gravedad. Al día de hoy aún no sabemos porqué reemplazó al sorete por una manzana.
Es poco conocida la forma en que Albert Einstein comenzó a desarrollar la teoría de la relatividad especial: supuso dos ascensores bajando, en uno un señor cagando, y por lo tanto, el producto de sus desvelos cayendo por un instante a una velocidad relativamente superior, y el otro ascensor empleando la suma de ambas velocidades. Decidió que la situaciòn era un tanto confusa, y cambiò los ascensores por un tren.
Más reciente fue el hecho de que Stephen Hawking formulara su teoría sobre los agujeros negros contemplando las profundidades de un inodoro.
Así es que si Ud. está cagando en este momento, puede estar a la puerta de un descubrimiento fundamental. Sus anhelos pueden llegar a cumplirse porque, bueno, aún cuando fue dicho de otra manera, la mierda es la materia de que están hechos los sueños.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Matando judíos en la temporada de caza

 La condesa Margit Batthyany en Hamburgo en los 1960s. Agencja Fotograficzna Caro / Ala
El 24 de marzo de 1945, víspera del Domingo de Ramos, con el Ejército Rojo a sólo 15 km, la condesa Margit Batthyany organizó una fiesta para homenajear a su amigos nazis, alemanes y locales, en su castillo de Rechnitz, en la frontera austrohúngara. La celebración comenzó a las 21 hs, y cerca de medianoche acompañó a una selecta docena de sus invitados donde les ofreció, como  diversión, asesinar a 180 judíos desnudados frente a fosas que ellos mismos cavaron. El organizador del "evento" fue el amante de Margit, Hans Joachim Oldenberg (fugado luego a la Argentina), estando presente en la fiesta también el marido de Margit, el conde Ivan Battyany. Los quince judíos remanentes que enterraron a los muertos fueron posteriormente a su vez eliminados. Los invitados volvieron a la fiesta, y siguieron bailando y tomando hasta el amanecer.
Sacha Batthyany, sobrino nieto del conde, escribió "A crime in the family", donde  menciona el suceso. Se pueden consultar fragmentos en Google Books.
A la fecha sólo se pudo ubicar unos pocos cuerpos de los asesinados.